Por Rafael Sanz Moncayo

Stress saludable y stress nocivo

En cuanto al aspecto cualitativo del stress es un error muy frecuente pensar que siempre se trata de algo nocivo; también hay el stress saludable. Para explicar esto es necesario advertir que el stress puede manifestarse como una reacción intensa o leve, agradable o desagradable, y es tan frecuente y constante que podemos decir que la vida es un continuo stress. Realmente el stress es parte inherente de la vida, puesto que la vida es una continua lucha contra toda clase de desafíos. Por tal motivo, el científico que por primera vez estudió y denominó stress a este fenómeno, el doctor Hans Selye,  ha dicho que la absoluta ausencia de stress es la muerte. En resumen, hay una forma de stress saludable, que significa reacción adaptativa y también hay una forma de stress nocivo, lo cual quiere decir reacción no adaptativa.

Segunda fase del stress

El stress tiene tres fases: la primera está conformada por la reacción de alarma (de la que ya nos hemos ocupado en la primera parte del presente artículo). Recordemos que esta reacción produce un alto gasto de energía. Por tal motivo, cuando el factor que causa la reacción de alarma continúa su acción, el organismo dispone de otro sistema que le permite aumentar su resistencia hasta un gado notablemente superior al ordinario: unas hormonas, llamadas glucocorticoides, son enviadas a la sangre por la corteza de las glándulas suprarrenales. Estas hormonas, entre otras cosas, convierten la grasa y las proteínas en energía disponible, aumentando de este modo las reservas de energía del cuerpo. Esta intervención de los glucocorticoides y sus efectos es lo que constituye la segunda fase del stress, llamada fase de resistencia.

Tercera fase del stress

La reacción de alarma y la fase de resistencia del stress tienen por finalidad la adaptación del organismo a las diversas exigencias de la vida; pero cuando hay un funcionamiento intenso y prolongado de estos mecanismos, sin haberse logrado la adaptación, las reservas energéticas del organismo empiezan a acabarse y se entra, entonces, en la tercera fase del stress, llamada fase de agotamiento.

El stress es una reacción que hemos heredado de nuestros primitivos antepasados de las cavernas y se mantiene, en esencia, igual que en aquellas remotas épocas, con la diferencia de que ha cambiado la causa que la produce, o sea el factor estresante. En nuestro tiempo la situación es mucho más compleja, y cada día lo es más. La vida moderna nos somete a un bombardeo de estímulos sensoriales, a una sobrecarga de información y a una situación en la que el veloz ritmo del cambio demanda de nuestra parte la toma de numerosas y rápidas decisiones cada día. Todo esto, por ser excesivo para nuestros mecanismos de adaptación, puede conducirnos a la tercera fase del stress, que es el stress nocivo, el cual se manifiesta con trastornos tanto psíquicos como orgánicos.

Manifestaciones del stress nocivo

Entre las manifestaciones del stress nocivo mencionemos las siguientes: sensación de cansancio o fatiga, excesivo nerviosismo, ansiedad, irritabilidad, ira frecuente, agresividad, impaciencia, tendencia a la actividad excesiva, intolerancia al ruido, trastornos del sueño, dificultad para concentrarse, disminución del rendimiento en las actividades (trabajo, estudio, deportes, etc.), pérdida de la confianza en sí mismo, desaliento, falta de ánimo, apatía, aumento o disminución del apetito, tendencia al consumo de licores, sedantes u otras drogas.

También son frecuentes muchos síntomas funcionales; mencionemos algunos: dolor de cabeza, dolor lumbar, sudoración excesiva, frialdad de manos y pies, sequedad de la boca, taquicardia, palpitaciones, dolor u opresión en el pecho, dificultad respiratoria, nauseas, vómito, dolor o pesadez abdominal, diarrea o estreñimiento, necesidad de orinar frecuentemente, impotencia, frigidez, dolor menstrual, etc.

Además, como manifestaciones del stress nocivo pueden presentarse o empeorarse diversas enfermedades; por ejemplo: hipertensión arterial, enfermedades coronarias (de las arterias del corazón), infarto cardiaco, arritmias cardiacas, trastornos inmunitarios, cáncer, artritis reumatoide,  úlcera péptica, colitis ulcerosa, diabetes, urticaria, etc.

Por supuesto que en cada persona las manifestaciones son diferentes. Al respecto vale recordar lo que hace veintiséis siglos decía el famoso médico griego Hipócrates, y que sigue vigente: “No hay enfermedades sino enfermos”.

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